Llamamiento
Queremos romper ese tabú
Queremos
romper este tabú: romper el silencio sobre el hecho de que el Estado italiano,
desde hace más de 40 años, mantiene encarcelados a 16 militantes de la Brigadas
Rojas quienes, juntos con otros 3 presos, están bajo el régimen del artículo
41bis del reglamento penal. El régimen especial del artículo 41bis tiene por
objetivo la aniquilación psico-física del preso, que está en el aislamiento
casi total: veintidós horas al día de aislamiento, dos horas de aire diaria,
una breve visita mensual concedida a los familiares que pueden hablar con sus allegados a través de una
pared de cristal, sin libros ni periódicos que les puedan llegar de fuera de la
prisión. Este régimen penitenciario –uno de los más intolerables en Europa– tiene
dos objetivos: cortar toda comunicación con el mundo exterior y obligar a que los
presos se “arrepientan” o se conviertan en colaboradores de la justicia.
Algunos
comentaristas afirman que estos presos
prefieren quedarse en la cárcel, ya que se niegan obstinadamente a beneficiarse
de las medidas alternativas a la detención o a la libertad condicional.
Sin embargo, estas afirmaciones no mencionan el hecho de que estas medidas
alternativas están sujetas a una lógica de intercambio: se conceden solo a
cambio de cuestionar su pasado político, pidiendo que hagan una autocrítica
formal para luego amplificarla a través de los medios de comunicación; por lo
tanto, se les pide que repudien, pura y simplemente, su propia historia
política y su pasado revolucionario.
No se trata de
una cuestión abstracta: a estos militantes se les exige que renuncien a una
identidad que para ellos es la elección de toda una vida, lo que explica la
increíble resistencia a cuarenta años de privación de la libertad; se les pide
que renuncien a creencias que corresponden a corrientes del pensamiento profundamente
arraigadas en la historia universal en más de un siglo de lucha de clase, una
lucha que ha sido internacional. Se compartan o no estas ideas, es esta
lucha-identidad que está en juego, nada más.
Mientras el
Estado se jacta de su firmeza al perseguir la aniquilación de los presos, otros
pretenden reducir su lucha a una simple cuestión de principios afirmando que
los prisioneros la defienden con excesiva obstinación, como si su resistencia
no estuviera basada en una profunda coherencia, un rechazo al regateo y a la
mercantilización de su pensamiento político. Para comprender mejor por qué es
importante romper este tabú, debemos preguntarnos también cuáles son las
razones fundamentales por las que el Estado italiano sigue manteniendo una
línea de conducta feroz hacia ellos, el porqué reitera esta línea de acción
implacable.
Vivimos una
fase histórica caracterizada por el crecimiento desenfrenado de las
desigualdades, una sucesión de crisis y una fuerte intensificación del
enfrentamiento entre los Estados que dominan el mundo. Es una confrontación
cada vez más peligrosa y globalizada. En este contexto, la crisis del sistema
político se intensifica, como ya ocurrió en otras fases históricas, como pasó
en los años de entreguerras o durante las guerras coloniales. Estas tensiones
hacen que la democracia representativa sea cada vez más “inadecuada” para gestionar
las crisis, hasta el punto de que las clases dirigentes optan cada día más por buscar
soluciones autoritarias y liquidar las conquistas sociales. Esta tendencia
puede verse, por ejemplo, en la violenta represión del Estado francés contra
los Gilets jaunes o durante las manifestaciones contra la reforma de las
pensiones, rechazada por la inmensa mayoría de la población; también se ve Alemania
y Francia con la represión del movimiento ecologista, en las leyes antihuelga
en el Reino Unido y las medidas sin precedentes en contra de los inmigrantes.
En Italia se ha desatado una criminalización masiva de los movimientos
sociales: ataques a los sindicatos, a los estudiantes, a los que luchas por el
derecho a la vivienda, al movimiento de los parados, a las ONG que intentan
defender la vida de los inmigrantes y a los propios inmigrantes, privados de la
protección que les ofrecían los anteriores amparos y violentamente agredidos en
sus empleos precarios.
Asimismo, se
restringe constantemente el derecho a la libertad de expresión y pensamiento:
se vuelve arriesgado defender a los palestinos y se pone en el índice a quienes
denuncian la masacre en curso del pueblo gazatí. Cualquier debate alrededor de
la guerra de Ucrania, si no adopta inmediata e incondicionalmente el punto de
vista de la OTAN, se considera un apoyo a Rusia y una traición. En general,
asistimos a la criminalización progresiva de toda la oposición, no solo de la
oposición radical. Por último, tras innumerables juicios y encarcelamientos de
manifestantes, activistas antiglobalización y anarquistas, la represión en
Italia alcanzó su punto culminante cuando, por orden del ministro de Justicia,
Alfredo Cospito fue sometido al régimen penitenciarios del 41 bis. Fue el
primer anarquista sometido a este despiadado régimen de detención.
Así, con la
represión cada día más severa de los movimientos sociales, manifestaciones, de
los militantes y activistas, independientemente de sus creencias y acciones, se
está creando gradualmente un clima que recuerda a la “estrategia de la tensión”
que caracterizó los años Sesenta y Setenta. En aquel entonces esta estrategia
pretendía sofocar un fuerte movimiento de protesta que recorría toda la
sociedad. Hoy, esta misma estrategia quiere impedir que el descontento y la
desorientación ideológica crecientes encuentren una expresión política y se
conviertan en una protesta real. En este contexto se inscribe la “guerra” que
desde hace tiempo se libra contra la memoria de las luchas de los años Setenta.
En aquellos años, las clases subalternas fueron protagonistas de un importante
proceso de transformación social, un verdadero “asalto al cielo”, razón por la
cual el poder analiza aquel fenómeno de manera reduccionista y mistificadora. Al
negar la existencia de la lucha de clase, se obstinan a reducir el mundo a una
confrontación entre los partidarios de las democracias liberales y los demás.
En este contexto de “guerra” a la
memoria es posible comprender la política silenciosa de aniquilación de los
prisioneros. El Estado los considera como una suerte de trofeos; al utilizar su
encarcelamiento como un ejemplo y una pesadilla, pretende desalentar cada tipo
de lucha, con la esperanza de sofocar el desarrollo de las contradicciones
actuales que podrían llevar a un cambio radical de la situación, un nuevo
“salto al cielo”.
Romper este
tabú, romper el silencio alrededor de estos presos, sus condiciones de
detención y su duración infinita no puede limitarse a ser una reacción
humanitaria. Es un paso necesario para librarnos de nuestros miedos, desatando
la soga de las constricciones y del encierro en jaula en el cual pretenden
confinar las luchas y los movimientos.
Este
inaceptable régimen carcelero, la petición que estos prisioneros renieguen su
historia y convicciones para salvarse de esas condiciones de encarcelamiento,
representa otro modo de sofocar las todas las luchas.
Romper un
tabú, por lo tanto, es de interés para todos los que sufren las consecuencias
de las abrumadoras condiciones económicas y políticas de la sociedad en su
conjunto, que pueden transformarse solo con un cambio radical de las
estructuras sociales y políticas actuales. Romper este silencio también es un
modo para volver a ser dueños de la libertad y del pensamiento crítico, de
manera tal que podamos encontrar libremente las posibles soluciones para
interrumpir la espiral mortífera en la que nos están llevando los poderosos,
con sus políticas cada vez más represivas, clasistas y guerreristas.